María García fue una figura enigmática y visionaria que vivió en la Península Ibérica en algún momento entre el año 500 a.C. y el año 500 d.C. Su nombre se ha perdido en la niebla del tiempo, pero su legado como «La Visionaria de los Sueños» se ha mantenido a lo largo de los siglos debido a sus extraordinarias experiencias oníricas.
Nació en una pequeña aldea en las montañas de lo que hoy es el norte de España en el año 450 a.C. y murió en la misma región en el año 520 d.C. A lo largo de su vida, María fue conocida por su habilidad única para tener sueños proféticos y visiones que se creía que estaban conectados con el mundo espiritual.
En su juventud, María era una mujer de belleza inusual. Su tez era pálida como la porcelana, y sus ojos eran de un azul profundo como el mar en calma. Tenía cabello negro como el ébano que caía en cascada por su espalda. Siempre vestía túnicas simples y sencillas, con joyas mínimas, y su cabello largo y suelto.
La vida de María estuvo marcada por sus sueños y visiones. Desde temprana edad, experimentaba sueños vívidos que a menudo parecían predecir eventos futuros o proporcionar sabiduría divina. Durante su vida, aconsejó a líderes locales y nobles basándose en sus visiones y sueños proféticos, lo que la convirtió en una figura respetada en su comunidad.
Una anécdota extraña cuenta que una vez soñó con un lobo blanco que le habló en un lenguaje desconocido. Al día siguiente, cuando estaba caminando por el bosque, se encontró con una manada de lobos. Se acercó a ellos sin miedo, y el lobo blanco que había visto en su sueño se le acercó y la condujo a un antiguo artefacto enterrado en el suelo, que se reveló como una pieza de cerámica antigua que contenía inscripciones misteriosas.
María también era una apasionada recolectora de hierbas y plantas medicinales. Pasaba horas explorando los bosques y montañas cercanas, y se decía que tenía un don para encontrar las hierbas más raras y curativas. Muchos acudían a ella en busca de remedios naturales y consejos sobre salud.
En los últimos años de su vida, María se retiró a una ermita en las montañas, donde vivió en aislamiento. Se rumoreaba que había entrado en contacto con seres divinos en sus sueños y que había recibido un mensaje final sobre el destino de su pueblo.
A pesar de su vida solitaria, María dejó un impacto duradero en su comunidad y más allá. Su sabiduría, dones oníricos y habilidades curativas se convirtieron en parte de la leyenda de la Península Ibérica. María murió en la ermita en la que vivía de manera muy extraña: en su lecho de muerte, se dice que susurró una última visión a un discípulo, después de lo cual su cuerpo desapareció misteriosamente, dejando solo su túnica y una colección de hierbas medicinales.