Esteban de las Estrellas nació en una noche estrellada del año 1287 después de Cristo, en el pequeño pueblo de Alcastro, situado en las montañas de la Península Ibérica. Su vida transcurrió hasta su fallecimiento en 1360, siendo conocido por su obsesión con los astros y su búsqueda incansable de conocimiento en el firmamento.
Esteban era un hombre de estatura mediana, de cabello oscuro que caía en mechones desordenados sobre su frente. Sus ojos, del color del cielo nocturno, destilaban una curiosidad insaciable. Su nariz, recta y fina, estaba siempre sumida en un libro o mirando a través de un telescopio primitivo que él mismo había construido. Vestía túnicas de lino estampadas con representaciones de constelaciones y siempre llevaba consigo un sombrero puntiagudo que le daba un aire de mago errante.
Desde joven, Esteban demostró un interés inusual por el cielo. Pasaba noches enteras observando las estrellas, trazando mapas de constelaciones y calculando las posiciones de los planetas. A medida que crecía, su conocimiento se volvía más profundo, y pronto se ganó la reputación de ser un astrónomo extraordinario.
A lo largo de su vida, Esteban realizó numerosas expediciones por la Península Ibérica en busca de lugares oscuros y remotos para observar el cielo sin la contaminación lumínica de las ciudades. Sus viajes lo llevaron a lo más alto de las montañas y a las profundidades de los bosques, donde pasaba semanas enteras en soledad contemplando el cosmos.
Uno de los momentos más destacados de su vida fue cuando descubrió una nueva estrella en el cielo, que más tarde sería nombrada en su honor como «Esteban’s Star.» Su hallazgo fue un hito en la astronomía de la época y le valió reconocimiento en toda la región.
A pesar de su devoción por las estrellas, Esteban tenía un lado humorístico y a menudo contaba historias extravagantes sobre encuentros con alienígenas que venían de las constelaciones que estudiaba. Una vez, aseguró haber mantenido una conversación con un extraterrestre que le reveló el secreto de la vida eterna, aunque nadie le creyó.
En sus viajes, Esteban conoció a muchos científicos y eruditos de la época, como el famoso alquimista Rodrigo de Almería y la astrónoma Gabriela de Valencia, con quien compartió su pasión por el cosmos. Aunque nunca se casó ni tuvo hijos, consideraba a sus amigos como su familia.
La muerte de Esteban fue tan enigmática como su vida. Se cuenta que una noche, mientras observaba el cielo desde lo alto de una colina, simplemente desapareció. No hubo rastro de él ni de su telescopio, solo un olor a azufre y una extraña mancha luminosa en el lugar donde había estado parado.