En una lejana época, en la Península Ibérica del siglo XV, nació Eolo Mareblu, conocido por muchos como el Navegante de las Estrellas. Su lugar de nacimiento fue una pequeña aldea pesquera en la costa atlántica de Portugal, donde las leyendas del mar y los misterios del cosmos se entrelazaban en las conversaciones nocturnas alrededor de las fogatas. Eolo vivió hasta una edad avanzada y falleció en su cama, rodeado de curiosos instrumentos y manuscritos, en una noche estrellada del año 1507.
Eolo era un hombre de estatura promedio, con ojos intensamente azules que parecían reflejar las aguas profundas del océano. Su cabello, en su juventud, era del color de las noches sin luna, un negro profundo que contrastaba con su piel bronceada por el sol. Su nariz era recta y prominente, sus labios delgados y en su rostro destacaban unas cejas bien definidas. Sus cabellos, en la madurez de su vida, tomaron un tono plateado que recordaba a la luminosidad de la luna.
Vestía con ropajes náuticos y siempre llevaba consigo una brújula antigua y un catalejo de extraño diseño. Eolo se distinguía por su aire de sabio aventurero, y su apariencia evocaba la mezcla de un viejo capitán de barco y un astrónomo renombrado.
La vida de Eolo fue una combinación de la fascinación por el mar y el infinito cosmos. Desde joven, se sintió atraído por las estrellas y, a pesar de su origen humilde, logró aprender las artes de la navegación y la astronomía. Sus viajes en barco lo llevaron por la costa de Portugal y más allá, explorando nuevas tierras y cartografiando constelaciones desconocidas. Fue uno de los primeros en comprender la relación entre las estrellas y la navegación en el mar, lo que le valió el título de «Navegante de las Estrellas».
Entre sus hazañas más notables se encuentra su participación en la expedición al Nuevo Mundo en 1492, donde se dice que fue el astrónomo de Cristóbal Colón y ayudó a trazar las rutas en el vasto océano. También se le atribuye la creación de extraños dispositivos para comunicarse con seres de otros planetas, aunque esta historia suena más a leyenda que a realidad.
Un relato particularmente loco cuenta que Eolo, en uno de sus viajes, se encontró con sirenas que, en lugar de cantar, le recitaron poesía cósmica y le mostraron el camino hacia una isla flotante en el cielo. Allí, tuvo un encuentro surrealista con seres que afirmaban ser visitantes de las estrellas, pero este relato rara vez se menciona fuera de las tabernas más alegres.
Eolo conoció a personajes históricos de su época, como el propio Colón y Vasco da Gama, con quienes compartió sus conocimientos sobre las estrellas y los misterios del mar. Sin embargo, su corazón nunca conoció el amor romántico, ya que dedicó su vida al estudio y la exploración.
Su extraña muerte ocurrió en una noche en la que predijo un eclipse lunar que sorprendió a todos. Eolo, mirando al cielo estrellado, afirmó haber visto un barco gigante surgir de entre las estrellas antes de cerrar los ojos por última vez. Se dice que su espíritu se unió a los astros que tanto amó.